Murakami Haruki, El elefante desaparece, Tusquets, 2016.
(Zō no shōmetsu, 1993).
Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés.
Lo que me da miedo de verdad es la gente que acepta sin más, sin el más mínimo atisbo de crítica, las historias de un tipo como Aoki y se las cree tal cual. Esa gente se mueve en masa de un sitio para otro en función de lo que le digan. No aportan ni entienden nada. No aceptan que pueden estar equivocados. No son conscientes del daño gratuito y definitivo que le pueden infligir a otra persona. No asumen la responsabilidad por sus actos. A quienes temo de verdad es a ese tipo de personas. Se me aparecen en sueños, en silencio, sin rostro. Ese silencio termina por infiltrarse por todos los rincones como el agua fría y todo se disuelve. También yo me disuelvo, y por mucho que grite, nadie me escucha.
El elefante desaparece es la última gran colección de relatos de Murakami que nos faltaba en traducción al español, aunque dos de sus relatos, «Sueño» y «El asalto a la panadería» ya los teníamos disponible gracias a Libros del Zorro Rojo en dos versiones ilustradas muy atractivas. Los cuentos de este volumen se enmarcan en lo que sería la primera etapa Murakamiana, la que va desde sus inicios hasta la publicación en 1995 de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Los personajes protagonistas de estos relatos parecen estar cortados todos de la misma tela, e incluso en ocasiones se podría creer que son la misma persona, puesto que Murakami no se esmera demasiado renovando descripciones y tienda a reciclar el mismo perfil: varón de veinte a treinta años, con problemas matrimoniales indefinidos, empleado en un trabajo de cuello blanco que no le apasiona o que ha abandonado recientemente. Es el arquetipo de lo que Jay Rubin llamó (y que ya es canónico entre los estudiosos de Murakami) «Boku» en referencia al pronombre de primera persona singular masculino que usan en el original en japonés las voces narradoras de Murakami para referirse a sí mismos y que transmite informalidad y juventud, contrastando con el más canónico «Watashi», sin género y más formal.
Si algo no se le puede reprochar a Murakami es que siempre se mantenga fiel a su estilo e iconos, el archiconocido bingo de Murakami. En El elefante desaparece Murakami explora sus primeros temas, el desafecto y la desconexión, que ya empezó a tantear en Escucha la canción del viento y Pinball 1973. El protagonista se topa con un elemento o evento que rompe con su día a día y tiene que enfrentarse a él, casi siempre en contra de sus deseos. Resulta interesante comparar estos relatos con los de Hombres sin mujeres, su antología más reciente (2015) y que Benito Elías y yo reseñamos aquí. En aquella colección, los personajes se enfrentan a los conflictos con compromiso y en busca de significado. En El elefante desaparece, al contrario, domina al final siempre la desazón y la confusión. «Boku» no acaba de entender cuál es el problema y se lamenta de no ser capaz de regresar a un estado anterior. En Hombres sin mujeres, por otra parte, «Boku», que pasa a ser «Watashi», se preocupa por resolver el problema y en avanzar a un nuevo estadio emocional. Para completar este progreso es interesante también la colección Después del terremoto, donde se aprecia un estado intermedio entre el desafecto y el compromiso.
Esta duda y dolor interno causado por la necesidad de enfrentarse al cambio presente en todos los relatos de El elefante desaparece queda reflejado en este pasaje del relato que da nombre al libro:
Me he sentido así muchas veces tras la desaparición del elefante. Aunque sienta el impulso de hacer algo, no veo la diferencia entre el resultado de hacerlo o no. A veces tengo la sensación de que a mi alrededor se ha roto el equilibro del que disfrutaba antes. Quizá solo sea una ilusión, pero, desde el incidente del elefante, he perdido mi equilibrio interior y muchas cosas me resultan extrañas. Creo que soy el único responsable.