Murakami Haruki, Escucha la canción del viento y Pinball 1973, Tusquets, 2015.
(Kaze no uta o kike, 1979. 1973-nen no pinball, 1980).
Traducción de Lourdes Porta Fuentes.
A veces, pequeñas oleadas de emociones rompían de repente en su corazón. En esos instantes, el Rata cerraba los ojos, sellaba firmemente su corazón y esperaba inmóvil a que la ola retrocediera. Eran los momentos de pálida oscuridad que preceden al crepúsculo. En cuanto pasaba la ola, regresaba la calma como si no hubiese sucedido absolutamente nada.
Cuando se habla de Murakami como un escritor de culto entran en juego diversas variantes e interpretaciones de tan confusa etiqueta. Es de culto porque Murakami aborda temas canónicos típicos de la literatura más sesuda como la soledad, la desconexión y la búsqueda de la identidad mediante la paz con uno mismo y con su mundo. Y sin embargo, Murakami lo realiza con un estilo sencillo, directo y accesible, tratando estos temas casi sin aludirlos directamente, logrando alcanzar de este modo al gran público, hazaña poco frecuente precisamente en los autores de culto. Es de culto en su sentido más proselitista puesto que también crea seguidores, acólitos de la «Murakamimanía», fans acérrimos que esperan «el último de Murakami» como en su momento le sucedía a Woody Allen. Y es de culto porque como sucede con los objetos de veneración, su vida se ve envuelta por una fina capa de misterio y atracción. Como si fuese uno de sus personajes, Murakami desprende ese aire de «épica mundana» que inviste cualquier anécdota o ritual cuotidiano de una trascendencia secreta. No está claro si es consciente y actúa de este modo a propósito o si sencillamente le sucede, está fuera de su control. Seguramente haya un poco de cada cosa.
Murakami se declara un hombre tímido y reservado, aunque con los años y la fama ha ido abriéndose lentamente hasta el punto de realizar escasos pero contundentes discursos críticos con la sociedad japonesa, haciendo más patente el mensaje que subyace en su ficción. De su vida habla lo mínimo, y siempre que lo hace viaja hasta sus primeros años como escritor. En el prólogo que preparó para esta edición internacional vuelve a repasar todas las claves del lore Murakamiano: cómo la revelación de convertirse en escritor le llegó cuando ya rozaba los trenta años durante un partido de béisbol. En una mesa de la cocina del jazz-café que regentaba junto con su mujer pelaba cebollas, servía cócteles y llenaba páginas. Ganó el Premio Gunzō casi sin proponérselo y a partir de ahí tuvo la premonición de que lograría el éxito.
Esta historia la sigue repitiendo desde hace dos décadas cada vez que le entrevistan. Sorprendía entonces su tajante negativa a permitir que sus dos primeras obras, aquellas que parecían escritas desde dentro de una de sus novelas, fueran traducidas y editadas fuera de Japón. Han debido de pasar más de treinta años para que finalmente accediera a que surgieran a la luz. Argumentaba que le parecían obras inmaduras, incompletas, intentos de un joven escritor que todavía no había dado con la tecla exacta y que sólo tanteaba el terreno. Inseguridades del artista. Ahora, más curtido y seguramente escudado en premios y reconocimiento internacional, ha decidido aceptar su pasado.
Escucha la canción del viento y Pinball 1973 son obras experimentales en cuanto a estilo y estructura. La primera carece prácticamente de cuerpo novelístico, y aunque sí se desarrolla de forma parcialmente cronológica, a veces se lee como un libro de aforismos lleno de anécdotas que le suceden a un narrador que durante el mes de agosto ha vuelto a su pueblo natal de vacaciones de la universidad. Pinball sí tiene un cuerpo más sólido y dos tramas más o menos paralelas, aunque predominan los pasajes reflexivos e introspectivos. El mismo narrador, años más tarde, trabaja por cuenta propia de traductor, se obsesiona con una máquina de pinball de su juventud y mantiene una relación algo insólita con dos gemelas idénticas.
Más allá de lo vapóreo de la estructura, ambas son novelas indiscutiblemente murakamianas. Mujeres misteriosas, orejas fetiche, gatos, pozos, desapariciones inesperadas, todo al ritmo de jazz. El lector puede entretenerse marcando los elementos característicos que aparecen en Escucha y Pinball del famoso bingo del New York Times. Una lectura esencial también para entender la progresión del autor desde el desencanto, la desafección y el desinterés que dominan estas dos novelas hasta la declaración de intenciones y de compromiso que aparece en sus obras tardías. «Todas las cosas pasan de largo. Nadie puede retenerlas. Así es como vivimos todos nosotros», dice el narrador en Escucha. Es también una ventana al Japón de los años setenta y ochenta, que deja atrás el romanticismo idealista para caer en la apatía normalizada del consumismo y una paz pretendida. Una existencia repetida, automática y que parece carente de sentido. Como una máquina de pinball:
La máquina de pinball no te lleva a ninguna parte. Sólo a lograr que se encienda la luz de replay. Replay, replay, replay… Parece que el juego de pinball, en sí, se proponga alcanzar la eternidad.