Las ramas del sauce se mecían suavemente con el viento de principios de verano. En una oscura salita situada en lo más hondo de Kino, una mano cálida se alargaba hacia la suya y se posaba en ella. Con los ojos fuertemente cerrados, Kino sintió el calor de su piel, su tierno grosor. Era algo que había olvidado hacía mucho tiempo. Algo de lo que había estado separado largo tiempo. ‘Sí, tengo una herida, y muy profunda’, dijo en voz alta. Y las lágrimas brotaron. En aquella silenciosa y oscura habitación.
Este pequeño fragmento de «Kino», uno de los siete relatos recogidos en «Hombres sin mujeres», refleja el tema central de la colección y que es parte esencial del mensaje que su autor Haruki Murakami quiere transmitir con su literatura: la condición contemporánea arroja al individuo a la soledad, y sólo la empatía puede rescatarlo.
«Hombres sin mujeres» es editorialmente hablando una antología formidable. A diferencia de «Sauce ciego, mujer dormida», cuyos relatos estaban agrupados sin un criterio claro, y de forma similar a «Después del terremoto», que sí utilizaba el terremoto de Kobe de 1995 como leitmotiv a lo largo de sus cuentos, «Hombres sin mujeres» trata el mismo conflicto (la desconexión y la soledad) en todas y cada una de sus historias. Estos relatos están marcados por la relación ausente, perdida o incompleta con las mujeres. Individuos solteros, divorciados o mágicamente disfuncionales (como el caso de Gregor Samsa en la adaptación Murakamiana del personaje de Kafka), buscan en las mujeres una forma de conectar con un mundo del que han quedado emocionamente aislados.
Creyendo posible realizar una lectura de género de estos relatos, me gustaría sin embargo alejarme de tal interpretación y comentar brevemente el trato de la soledad y la empatía más allá de que los protagonistas sean hombres y las mujeres queden relegadas a roles de apoyo. Murakami ha tratado desde el principio de su carrera literaria la desconexión que cree padece el individuo contemporáneo. En sus primeras obras, el protagonista alienado no deseaba (y aunque quisiera, parecía incapaz) de reconectar con la sociedad. Era un personaje socialmente funcional que sin embargo se sentía desapegado emocionalmente de aquello y aquellos que le rodeaban, por falta de motivos y métodos para sentirse comprometido. Este conflicto se encuentra en el núcleo de todas las historias de Murakami. Con el paso de los años se ha producido un cambio en la disposición de este personaje desconectado. Ya no podía conformarse con permanecer desapegado e indiferente, algo en su interior le empujaba a buscar fuera aquel elemento que le completase como individuo. Para Murakami, el elemento esencial para encontrar la paz con uno mismo es la empatía, el compromiso emocional con otro individuo.
Murakami ha convertido la crítica hacia la soledad invisible del individuo contemporáneo en bandera de su literatura. Que no nos engañe el título de la colección, «Hombres sin mujeres» no trata sobre la importancia de una mujer en la vida de un hombre, sino de la necesidad de todo individuo por conectar emocionalmente con otro para poder sentirse completo. En un mundo de aparente hiperconectividad, la soledad no desaparece sino que se vuelve traslúcida, más difícil de reconocer incluso por el que la padece. Los cuentos de «Hombres sin mujeres» reflejan el proceso de descubrimiento de esta soledad y la necesidad vital de conectar con los demás para sentir lo mejor de uno mismo. Y en este aspecto Murakami sabe que todo lector se va a sentir identificado.