Hoy os ofrecemos una entrevista con Isami Romero Hoshino, traductor y profesor asistente del Departamento de Ciencias Humanas de la Universidad Agroveterinaria de Obihiro (Hokkaido). Además de las versiones de clásicos modernos japoneses que publica en su página personal, su currículum como traductor para la editorial Quaterni incluye las obras Los atajos de Yūko de Nagashima Yū (2013), El verano de la ubume de Kyōgoku Natsuhiko (2014) y La hija de los piratas Murakami de Wada Ryō (2015 y 2016), además de las antologías de relatos Fantasmas y samuráis: Cuentos modernos del viejo Japón (2013), Antología de relatos japoneses. Tres maestros de la literatura (2014), Un gran descubrimiento. Doce cuentos japoneses (2015) y La Sociedad Gastronómica y otros cuentos para gourmets (2016).
KB: ¿Cómo empezó tu carrera como traductor literario del japonés?
IR: Es una historia larga, espero no aturdirlos.
En mi caso, el japonés siempre estuvo presente desde que nací. Mi madre es japonesa y gracias a lo anterior este idioma entró automáticamente a mis oídos. Sin embargo, aunque mi herencia materna fue un factor necesario para el desarrollo de mi japonés, existieron otras causas.
Una fue mi abuela. Ella me mandó, todo el tiempo, material escrito en japonés (libros y revistas) para que pudiera tener contacto con la cultura de su país. Otro actor importante fue el hermano de mi madre. Mi tío trabajaba en una de las principales editoriales japonesas y por eso pude tener acceso a libros y a mangas de manera gratuita. Un factor que también me ayudó fue mi escuela en México. Estudié en un colegio bicultural (no bilingüe) donde teníamos que aprender una hora al día el japonés.
Un último elemento que definió mi desarrollo del idioma japonés fue que, a los 10 años, debido al trabajo de mi padre, viví un año en Japón y asistí a una primaria ordinaria con todos los niños japoneses. En la década de los ochenta, no había tantos extranjeros en las escuelas, como los hay ahora. Obviamente, nadie hablaba castellano en el vecindario, por eso al no poder usar el español, descubrí que podía obtener conocimiento y entretenimiento vía el japonés.
Al poder leer el japonés, logré leer libros que jamás hubiera podido hacerlo en México. El ejemplo más claro fueron las obras de Sherlock Holmes. Los libros de Conan Doyle durante mi infancia en mi país no existían como ahora. Tampoco había Internet ni otras formas de obtener conocimiento.
Ahora bien, no sólo pude leer traducciones de obras europeas. Obviamente, pude tener acceso a las obras de la literatura de arte (junbungaku, como le dicen los japoneses). Algunos casos más claros fueron Akutagawa Ryūnosuke, Dazai Osamu y Miyazawa Kenji (aunque versiones más simples). En particular, me llamó mucha la atención la obra de Miyazawa. De igual manera, leí las novelas detectivescas de Edogawa Ranpo y Yokomizo Seishi (las versiones juveniles). Asimismo, los mangas fueron otra forma de fomentar mi japonés.
Al regresar a México, después de mi experiencia en Japón, seguí leyendo libros y mangas en japonés y cuando a los 14 años aprobé el primer nivel del examen oficial de japonés, decidí incursionar en libros más complejos como los libros de Natsume Sōseki y Mishima Yukio.
En suma, el japonés es parte de mi vida y ha sido un idioma que ha madurado con el tiempo. Espero no haberles aburrido con este recuento y ahora sí entro en detalle a la pregunta que me hicieron: ¿Cómo fue que terminé dedicándome a la traducción?
Al entrar en la universidad, dejé de leer las obras japonesas y me concentré en mis estudios. Estudié la Licenciatura en Ciencia Política y Relaciones Internacionales en México. Pero como muchos estudiantes tenía los veranos libres y me dediqué a traducir cosas pequeñas que me pedían algunas personas. Algunas veces me pagaban algo, pero la gran mayoría no recibí nada.
En ese lapso también comencé la lectura de nuevas obras como las de Murakami Haruki, Murakami Ryū y Kawabata Yasunari. Algo que me llamó la atención durante esta etapa fue que en la universidad mis compañeros me comenzaron a preguntar por las obras de autores japoneses, como Ōe Kenzaburō o bien Mishima. En esos años había muy pocas traducciones y me sorprendió que no había obras de los autores que yo consideraba maestros: Akutagawa, Dazai o Miyazawa. Muchos me preguntaron sobre algunas obras y la verdad no supe qué decirles porque salvo Mishima, yo no había leído a Ōe. Uno de ellos me prestó un libro del nobel japonés y lo comencé a hojear, me percaté que había sido traducido del inglés o del francés, no me acuerdo bien del idioma. No importa, sentí tristeza y extrañeza, ¿no había alguien que pudiera traducirla directamente del japonés? Me pregunté lo anterior, pero bueno en esos años nunca pensé que sería yo uno de ellos.
En fin, decidí leer a Ōe en japonés y me gustó, pero después de mi encuentro con este escritor, lo dejé un rato porque me tuve que dedicar a la escritura de mi tesis y escogí como tema la política japonesa. Me faltaba mucha información y decidí ir directamente a Japón a buscar material bibliográfico. Obviamente, me vi obligado a traducir muchas de las obras consultadas y aunque sufrí en un inicio me di cuenta que sí podía hacerlo.
Luego, al terminar la carrera decidí estudiar un posgrado en Japón, en la Universidad de Tokio. Las clases eran completamente en japonés (aún hasta la fecha son pocas las clases en inglés) y fue una nueva experiencia. Tenía que escribir y leer como los japoneses, un reto sin duda. La lectura no era un problema, pero el escribir era un dolor de cabeza (no puedo escribir japonés a mano) y aunque el procesador de palabras podía solucionarme muchas cosas, las reglas de redacción eran algo complejas.
En esta etapa en el posgrado, aumenté mi lectura de obras literarias japonesas. Encontré nuevos autores, gracias a la biblioteca de la Universidad, como Abe Kōbō y Hoshi Shin’ichi. También, comencé mis primeras traducciones. No fueron obras literarias sino artículos académicos para Istor, una de las revistas de historia más importantes de América Latina.
Pero ¿por qué terminé traduciendo literatura? En mi estancia en la Universidad de Tokio, frecuenté muchas veces la División de Estudios Latinoamericanos y conocí a varios estudiantes que me recomendaban obras japonesas. Uno de ellos fue Ryukichi Terao. Ryukichi es un tipo increíble. No sólo era fluente en español, sino que podía traducir obras escritas tanto en español como en japonés. Gracias a él, pude conocer también a Ednodio Quintero y a Gregory Zambrano, quienes habían ayudado a Ryukichi en sus traducciones de Tanizaki Jun’ichirō, Akutagawa y Abe Kōbō.
El encuentro con Ryukichi me motivó a traducir obras y comencé con los autores que no tenían derechos de autor. Comencé con los dos que siempre me habían gustado Miyazawa Kenji y Dazai Osamu. Logré que algunas revistas electrónicas me publicaran las traducciones. Luego decidí poner en mi blog las traducciones de otros autores como Akutagawa Ryūnosuke, Okamoto Kanoko y Okamoto Kidō.
Este último me pareció que podía encajar en alguna editorial y traduje una antología de sus cuentos de terror. Al principio la mandé a una editorial mexicana que me dejó un año esperando sin respuesta y al final sería negativa y bastante pedante: no hay un mercado ni interés. La verdad me desanimé, pero un día que estaba navegando por Internet encontré que una editorial española había traducido Hanshichi, la obra máxima de Kidō.
Me comuniqué vía email con Quaterni y le ofrecí completamente gratis el libro que había traducido. José Luis Ramírez, el editor y jefe de esta editorial española, quedó fascinado y me ofreció seguir traduciendo con ellos. Asimismo, también me pidió que les ayudara a buscar nuevas obras que podían encajar en el mercado español y de hablahispana. Fue un gran reto y puso a prueba todos mis conocimientos sobre literatura japonesa. Le dije a José Luis que yo no era un traductor profesional (en el sentido de que yo no vivo de la traducción) sino que era un profesor de una universidad agroveterinaria del norte de Japón. Le señalé que mi especialidad era la Ciencia Política y que mi investigación (la historia diplomática de Japón durante la Guerra Fría) consumía una parte de mi tiempo, pero que haría lo posible.
Creo que he logrado, aunque sea de manera modesta, este objetivo y bueno me tienen ahora hablando con ustedes.
KB: ¿Cómo es el proceso de selección de relatos para una antología como La Sociedad Gastronómica? ¿Cómo se elige el tema, lista de autores, etc.?
IR: En un inicio yo le planteé a Quaterni un proyecto: la traducción de tres antologías de cuentos. A diferencia de una novela, los cuentos son cortos y se pueden dividir entre varios traductores. Esto elimina la carga de trabajo. No obstante, “el mercado no siempre buscaba cuentos” me dijo José Luis. Esto no me desanimó, ya que yo había leído varios cuentos de Rodrigo Rey Rosa y Sergio Ramírez, los cuales habían tenido un importante éxito. De hecho, en nuestro idioma el cuento se ha desarrollado de manera fenomenal, ahí tenemos las obras de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Juan Carlos Onetti. En fin, consideré que el público no vería mal unas antologías de cuentos y lo consulté con Horacio Castellanos Moya y Juan Villoro, quienes me dijeron que no era mala idea. Lo anterior me animó a seguir con esta Odisea y tengo que agradecer que José Luis haya apostado por el proyecto.
La selección de la antología la hice yo en un principio basándome en algún tipo de temática, pero luego se fue haciendo más extensa. Me base en que había en Japón, pero también la ayuda de mis amigos japoneses fue fundamental, ya que es un hecho que yo no conozco todo. Otra persona que me ayudó mucho fue Shibaguchi Jun’ichi, mi colega de la Universidad quien se especializa en la literatura japonesa y ha escrito los prólogos de las tres antologías. Sin embargo, luego José Luis me planteó nuevas ideas y fuimos puliendo la trilogía. Un claro ejemplo fue la última en la cual fue él quien me planteó la temática.
Lo anterior nos llevó a las tres antologías que ha publicado Quaterni. El requisito fundamental fue que tenía que ser inéditas y que no tuvieran derechos de autor. Asimismo, elegí el número 12 como una clave y es por eso que en cada una hay doce cuentos.
La primera, Antología de relatos japoneses. Tres maestros de la literatura, buscó poner a los tres autores más importantes de Japón (excluyendo a Sōseki). Algunos cuentos ya habían sido traducidos al castellano, pero consideramos que valía la pena que estuvieran ahí, como fue el Mesón de muchos pedidos de Miyazawa Kenji. Creo que hubo una buena reacción y también nos ayudó la increíble portada del libro.
La segunda antología, Un gran descubrimiento. Doce cuentos japoneses, resultó completamente experimental. Partimos de la idea de que tenían que ser algo totalmente desconocido para el lector hispanoparlante. En esta ocasión, si no estoy equiovocado, todas las obras fueron inéditas en el idioma castellano. Incluimos a una escritora, Okamoto Kanoko, que era desconocida en España, pero que nos pareció que podría ser de mucho interés. También, nos aventuramos con Nakajima Atsushi, cuyo estilo es un dolor de cabeza para el traductor e incluso para los propios japoneses. Está también «¡Corre Melos!» de Osamu Dazai, una lectura obligatoria para los niños japoneses y que no se había traducido al español.
Finalmente, la tercera, La Sociedad Gastronómica y otros cuentos para gourmets, fue la única antología que giró alrededor de un tema particular: la comida. En esta ocasión me tocó a mí toda la traducción, ya que en las anteriores habían colaborado el chileno Juan Luis Perelló y el mexicano Juan Antonio Yáñez. La selección la hice yo en un inicio, pero Shibaguchi Jun’ichi me plantó a nuevos autores. A diferencia de las dos antologías, fue la primera vez que elegí los cuentos sin haberlos leído. Una vez que los leí, consideré que podían funcionar. Pusimos a autores desconocidos incluso para los propios japoneses. En lo personal, estoy muy satisfecha con ella.
KB: ¿Hay planeadas más antologías como esta para el futuro? ¿Qué otros temas te gustaría explorar?
IR: Con La Sociedad Gastronómica cerramos este tipo de antologías. Quaterni está preparando otras, aunque creo que serán un poco distintas y no necesariamente como fue Un gran descubrimiento. Sobre las temáticas que me gustaría explorar, ahora, por mi trabajo, estoy en una etapa de descanso con Quaterni, pero estaré de vuelta pronto.
La verdad me gustaría traducir más obras detectivescas. También, estoy interesado en la camada joven de nuevos escritores (Nagashima Yū, Isaka Kōtarō, Wataya Risa, entre otros) y las obras de Hoshi Shin’ichi, las cuales son cuentos cortos de ciencia ficción con un humor muy bueno, pero con una clara crítica social. Sin embargo, esto no depende de mí, sino de las necesidades de la editorial y lo que el público en España y en América Latina busca. Además, los derechos de autor no son tan fáciles de conseguir.
KB: Hasta ahora has traducido obras de estilos muy diversos: terror, aventuras históricas, costumbrismo humorístico. ¿Con qué género te resulta más interesante trabajar?
IR: Las obras anteriores a la Segunda Guerra Mundial son muy interesantes, pero es un dolor de cabeza en el momento de traducirlos. Requieren mucho tiempo y es necesario buscar una buena contextualización. Entre más se aleje de 1945, se hace más difícil su traducción. Lo anterior lo experimenté con la obra de Toriyama Sekien: Guía ilustrada de monstruos y fantasmas.
En el caso de las obras históricas es duro como traductor porque no siempre uno puede conocer todo lo que está ahí. Eso me pasó con la obra de Wada Ryō: La hija de los piratas Murakami. Mi especialidad es la historia política de Japón después de 1868 y fue un reto traducir sus dos libros. Esto no me sucedió con El verano de la Ubume. Si bien las obras de Kyōgoku Natsuhiko son densas y largas, el periodo histórico en que gira la historia compagina justamente con la etapa que yo estoy estudiando ahora mismo y puedo comprender mejor muchas cosas, aunque cuando Kyōgokudō, el personaje principal, comienza a filosofar, ahí sí me dan ganas de llorar por lo complejo de su contenido.
El terror es un género interesante y aunque lo he explorado muy poco, no me desagrada. Gracias a los cuentos de terror de Okamoto Kidō puede debutar en España, en ese sentido creo que le debo mucho a esto género.
Finalmente, me siento más cómodo cuando son obras de la vida cotidiana como Los atajos de Yuko de Nagashima Yū. Es un Japón en donde vivo y conozco. Sé que no es una temática que interese a muchos lectores en España, ya que muchos buscan en Japón el exotismo y elementos únicos de Japón como los samuráis o ninjas, pero hay muchas obras que tratan la vida cotidiana que son realmente buenas.
KB: ¿Cómo encaraste la traducción de una obra tan llena de referencias históricas como La guerra contra Nobunaga? ¿Cómo se logra que el lector no-japonés entienda el contexto de la acción sin que la novela se convierta en un libro de texto?
IR: El libro de Wada, como lo dije anteriormente fue un reto. Primero, tuve que lidiar con el problema de los dialectos. Los personajes hablan de una manera particular, pero si uno traduce esto al castellano, se pierde completamente. Un claro ejemplo es la obra de Tanizaki, Las hermanas Makioka. No quise que pasara lo anterior, por eso, en algunas partes puse palabras en el dialecto de Kansai.
En el caso de las referencias históricas. Dado que me dedico a la investigación de la historia diplomática, a mí no me resultó molesto que hubiese referencias históricas, pero cuando comencé la traducción le dije a Quaterni del inconveniente de este tipo detalles. También que el texto original mezcla los pensamientos de los personajes con los datos históricos. Al final, José Luis y su equipo lograron solucionar esto al momento de terminar la edición.
Sin duda, es una obra dura tanto para el traductor como para el lector. No sé, cómo ha sido la reacción a los libros de Wada Ryō en España. Pero al ver las reseñas parece que la información no resultó tan molesta. Si esto ha sucedido, significa que el lector español busca diversión, pero también adquirir conocimiento.
KB: La lista de lecturas que incluyes en tu blog muestra tu interés por autores de misterio como Shimada Sōji y Ōsawa Arimasa. ¿Qué te atrae en particular de sus obras?
IR: Como lo señalé con anterioridad, esa experiencia que tuve en mi niñez, cuando pude leer vía el japonés las obras de Conan Doyle y otros autores de novelas detectivescas, ha definido mi interés por este género. Incluso, ahora mismo estoy en un proyecto con unos colegas de la Universidad de Keiō, el cual analiza la relación de la novela detectivesca y el desarrollo del Estado moderno. A mí me tocó el caso mexicano, pero también están incluidos otros como Gran Bretaña, Japón, Indonesia, Malasia y Argentina.
Ahora bien, por lo que toca a los autores que me han señalado. Creo que son realmente únicos y merecen una atención especial.
En el caso de Shimada considero que la serie del detective Mitarai es fascinante. Es un detective distinto al Kindaichi de Yokomizo Seishi o de Akechi Kogorō de Edogawa Ranpo. Además, me gusta que al final Shimada rete al lector pidiéndole que trate de resolver el misterio. Esta situación no la podemos ver ni con Yokomizo ni con Ranpo. Lo único malo es que son libros largos. Por lo que toca a Ōsawa, me gusta muchos su serie del Tiburón de Shinjuku, unas de las obras más emblemáticas del hard-boiled (o bien novela negra) de Japón. Hay mucha acción y aunque muchos tengan una imagen de la mafia japonesa (yakuza), gracias a algunas películas como Black Rain, siento que es un tema todavía desconocido.
KB: ¿Qué libro japonés aún inédito en castellano te gustaría que alguien publicara?
IR: Es una pregunta difícil. De los llamados “clásicos” creo que se han publicado los más importante, pero ahora que los derechos de autor de Tanizaki han desaparecido, sus libros menos conocidos tienen que ser traducidos.
En el caso de la literatura contemporánea, siento que faltan muchos libros de Murakami Ryū. No sé si la culpa la tenga el otro Murakami. Kyōseichū sería un buen ejemplo, también 69. Por otro lado, creo que el libro de Nagashima Yū, Al lado del apartamento tres hay el cinco, que acaba de ganar el Premio Tanizaki, sería una buena opción. De la literatura de misterio sin duda Dogura Magura de Yumeno Kyūsaku (es tan complejo y sinceramente no sé si se venda) y Los asesinatos del zodiaco de Shimada Sōji.
KB: Puestos a soñar, ¿cuál sería tu proyecto ideal de traducción, si tuvieras tiempo y recursos ilimitados para llevarlo a cabo? (No tiene por qué ser un original japonés.)
IR: Es una pregunta compleja. Creo que me lanzaría por tres. El primero sería la traducción de las obras de Kyōgoku Natsuhiko, la serie de Kyōgokudō. La segunda sería un proyecto que busque traducir los mejores cuentos de Hoshi Shin’ichi. El último que se me ocurre sería un proyecto que traduzca a los escritores jóvenes japoneses. Ahí pondría a las dos Kawakami (Hiromi y Mieko), Nagashima Yū, Isaka Kōtarō, Wataya Risa, Gekidan Hitori, Matayoshi Naoki, Hoshino Tomoyuki, entre otros.