Hoshi Shin’ichi (1926-1997), autor que en 1957 debutó en la revista de ciencia ficción Uchūjin (El extraterrestre), está considerado como uno de los padres de la ciencia ficción japonesa y un venerable ascendiente de las sucesivas generaciones de autores de ciencia ficción y creadores de manga que en los años 60 y 70 encontraron en este pionero y en su ingenio inagotable un impulso para imaginar el Tokio del futuro.
Maestro indiscutible del “short-short” o cuento breve, Hoshi sigue una acrisolada tradición literaria y se vale de la fantasía y la ciencia ficción para satirizar el comportamiento humano, aunque sus tramas se hallan animadas por un espíritu lúdico que salta libremente las fronteras entre géneros. Gracias a ello, en sus historias podemos encontrar a criaturas míticas del folklore tradicional conviviendo sin mayores problemas entre astronautas, robots y alienígenas.
El presente cuento abre el volumen Akuma no iru tengoku (Un paraíso con diablo, Chūō kōronsha, 1961), nos ofrece una historia que tal vez pudiera leerse como una fábula sobre la fatalidad de las tendencias racionalizadoras de una ciencia incapaz de abrirse a lo inédito.
«Racionalista» («Gōrishugisha»)
Hoshi Shin’ichi
El doctor F era un investigador especializado en metalurgia. Aunque doctor, aun podía considerársele joven, lo que venía a poner de manifiesto su excelencia académica.
Era tan racionalista que parecía hecho de metal. Estimaba cada moneda que gastaba, calculaba cada caloría que ingería y no había aspecto de la vida que su rigidez no hubiera llevado hasta el extremo. No permitía que en su cabeza asomara un ápice de irracionalidad.
Cierta noche el doctor F permanecía inmóvil en la orilla de la playa, bañado por la luz de luna. Los fantasiosos podrían pensar “Ja, ja, a este le ha dado un ataque de melancolía romántica porque no tiene novia”; los que sólo piensan en hacer dinero, que había salido en secreto a buscar oro en polvo; los colegas de especialidad del doctor puede que murmuraran en un gesto de desaprobación.
No podrían estar más equivocados. En el corazón del doctor no penetraba emoción alguna, tampoco lo atraía la vida del aventurero que confía en volverse rico gracias a un golpe de fortuna. Por otro lado, sabía que la probabilidad geológica de que hubiera oro en la zona era remota. El doctor necesitaba para su investigación los oligoelementos que contiene la arena y se había acercado hasta la playa a tomar unas muestras.
El doctor recogía la arena con semblante adusto; cuando ya tenía lleno el tubo de ensayo, algo extraño llamó su atención. Era una vasija. Desconocía si había sido arrastrada por las olas o si la marea la había desenterrado pero nunca había visto una así y daba toda la impresión de ser extranjera.
Pero al doctor F no le interesaban nada las antigüedades y la golpeó ligeramente con la punta del pie.
Al rodar el tapón se soltó. Del interior emergió un hombre de excéntricas ropas y el doctor, que ya estaba enderezando el camino de vuelta a casa, escuchó esta voz a su espalda.
-Hola, ¡muchas gracias!
El doctor giró involuntariamente la cabeza y preguntó en su habitual voz metálica:
-¿Y tú quién eres, qué haces ahí plantado con estas ropas? No entiendo, ¿por qué me
das las gracias?
-Es que hace mucho tiempo me encerraron en esta vasija.
Y apuntó con el dedo. El doctor comparó hombre y vasija y frunciendo el ceño dijo con aire solemne:
-Como broma es lamentable. Requiero una explicación racional.
-Pues me temo que aunque me la pida es imposible porque soy un genio de la Antigua Arabia y no miento al decir que me encerraron en esa vasija.
La expresión del doctor se tornó más agria.
-Conque un genio. Vaya historia penosa. Menuda broma infantil… aunque no, ni siquiera sería buena para los niños, desde un punto de vista educativo sería perjudicial.
-Aunque no crea en ella tengo que agradecerle el haberme liberado de mi encierro. Es necesario. Le concederé las tres cosas que desee, lo que quiera, adelante.
-Cualquier cosa que desee, dices. La expresión es inadmisible, en el mundo hay cosas posibles y cosas imposibles. Ignorarlo resulta inaceptable.
-¿Entonces que le parece que hagamos? Aunque piense que es un engaño, tampoco pierde nada por probar, ¿qué tal si hago aparecer un lingote?
-¿Eh? ¿De oro? En esta zona no hay oro en polvo ni nada parecido. Basta de despropósitos.
-Está bien, por favor preste atención. ¿De qué volumen lo quiere? ¿Un lingote de oro puro? ¿O uno de 18 quilates? ¿Algún tipo de inscripción o grabado?
-No pienso aguantar más tonterías. Si eres capaz de hacer aparecer algo así de la nada, ¿por qué no pruebas con una tonelada de oro en forma de automóvil, a ver qué tal se te da…?
En cuanto el doctor dejó de hablar el hombre sacudió una de sus manos. En el espacio adyacente tuvo lugar una conmoción y eso es lo que apareció ante ellos:
-Aquí lo tiene.
-Vaya, esto sí que ha sido una sorpresa. ¿De dónde lo has sacado?- concedió el doctor. Del bolsillo extrajo un aparato y comenzó a analizarlo. -¿Qué es? ¿Es auténtico?
-Desde luego, efectivamente es oro. Densidad relativa de 19.3, punto de fusión 1063 grados, número atómico 79. Sin duda es oro. Pero, ¿cómo ha aparecido esto aquí?
-Porque soy un genio. ¿Comprende ahora mi poder?
-No lo comprendo. Es irracional. Tiene que tratarse de algún truco. Hazlo desaparecer, a ver si esta vez lo pillo.
En un instante, y ante los ojos enormemente abiertos del doctor F, el coche, que un momento antes brillaba al resplandor de la luna, había desaparecido.
-Tal cual lo ha pedido.
-Oh, ha desaparecido. ¡Ha desaparecido de verdad! ¡Es un fenómeno inconcebible! ¡No puedo creerlo!
El genio se dirigió al indignado doctor: -Aun le queda uno. ¿Qué deseo dispone que le conceda? Es el último así que piénselo bien antes de formularlo. No importa que sea algo complejo, lo que sea, adelante.
El doctor balanceaba el cuello mientras pensaba, finalmente acabó por enunciar su último deseo.
-Esta irracionalidad es absolutamente espantosa. No puedo permitir la existencia de un fenómeno como este. Deseo que esta experiencia no haya tenido lugar. Borra de mi memoria el recuerdo, regresa dentro de la vasija y lárgate.
El genio parecía afligido pero enseguida desapareció de la vista. El doctor F echó a andar como si nada hubiera ocurrido, en verdad nada irracional penetraba en su cabeza.
Por unos momentos las olas jugaron con la vieja vasija taponada que había rodado hasta la orilla, parecía como si temblara contrariadamente pero no tardó mucho en ser arrastrada mar adentro.
No siempre tiene un amigo que pueda con el japonés y que tenga el gusto que tiene mi querido Óscar Tejero, a la hora de localizar y difundir tesoros. Vengo enriqueciéndome de los dones de su amistad desde hace, al menos, tres lustros de trato afortunado, y, seguro que, como tantas veces, con una avara desproporción del flujo de enriquecimientos a mi favor. Gracias, amigo.
Para que luego digan que la vida en esta Tierra no nos es pródiga en luz que requiere aquí el contraste de las sombras. Intentaré paliar un poco mi deuda de amistad impagable. Mi enhorabuena.