Kappa Bunko: Literatura japonesa

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Hurgar el hoyo

Natsume Sōseki, El minero, Impedimenta, 2016.
(Kōfu, 1908)
Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés.

Natsume Sōseki, El minero (Impedimenta, 2016)

Natsume Sōseki, El minero (Impedimenta, 2016)

Déjalo todo y húndete. Desaparece. Da la espalda a tus actos, huye. Sin más motivos y con todas las razones de un doble fracaso amoroso, el protagonista de esta historia parte de Tokio sin saber muy bien adónde: solo camina, y camina. Su único propósito es desaparecer del entorno familiar, social y sentimental, rehusar a toda introspección y, qué ironía, da con su pellejo en una sucia e infernal mina.

El clásico que rescata ahora la editorial Impedimenta es obra del fundamental Natsume Sōseki. Escribió esta peculiar novela de una manera que se calificó como ‘experimental’ (todavía hoy nos lo sigue pareciendo), y que resulta excepcional dentro de la narrativa del autor y de la literatura japonesa contemporánea. Nos cuenta el largo trayecto recorrido desde que el protagonista-narrador se adentra en un bosque aledaño a Tokio, sin rumbo fijo, confuso, sin dinero, huyendo de un turbulento triángulo amoroso y de toda la sociedad. En uno de sus tumbos, topa con Chozo, un aborrecible intermediario que le ofrece un trabajo en el que ganará “mucho dinero”. Sin más motivo vital que el de huir, acepta sin preguntar. Se inicia entonces una espectral peregrinación hacia la boca de una mina, hoyo prometido, a la que se unen un par de sujetos por el camino, también seducidos por las palabras de Chozo. Digo espectral porque la magistral recreación de Sōseki va pincelando un paisaje, una emoción en un rostro, un traspié, una luz de candil vacilante que invita a avanzar a trompicones gracias a un estilo impresionista que dota de una viveza extraordinaria a la narración. La novela se va desarrollando en un acto puramente poético, en el sentido más fiel al la etimología del término: el camino que recorre el narrador se va creando ante nuestros ojos lectores como una sucesión de imágenes dirigida por la voz del narrador.

Debemos tener en cuenta que El minero se publicó el mismo año que las geniales Diez noches de sueños (Yume jūya, 1908), fabulario donde Sōseki expandía su imaginación más allá del terreno de los sueños para arrojar una nueva luz sobre la realidad emocional, social y política del Japón de comienzos del siglo XX. Invadidas por un onirismo no ajeno al de las Diez noches de sueños, las anécdotas de El minero se presentan desde una intensa interioridad: primero, se indican sensaciones, imágenes y percepciones corporales, y conforme avanza la lectura, van apareciendo los nombres de los personajes, las aristas de las anécdotas y los contornos de los lugares por los que el narrador se va desplazando. Por este motivo, la lectura de El minero nos pide un alto grado de participación y la responsabilidad de dar forma a las vagas sugerencias que ofrece el perdido narrador. La interioridad del protagonista acaba completándose con nuestra propia vida interior. Esta especie de ensoñación viene reforzada por la tremenda fluidez del relato y por su misma estructura, pues la novela carece de capítulos y se desarrolla en un largo monólogo, a veces interrumpido por las voces y diálogos de los personajes que se encuentra el narrador en su desnortada aventura.

Una vez hemos llegado a la mina, la novela se abre a la relación de las durísimas condiciones de trabajo y vida de quienes la habitan. Entonces la novela de Sōseki adquiere un punto de literatura social: la miserable descripción de la vida minera es una denuncia velada pero hiriente. No obstante, el núcleo de la obra es el descenso a ese mundo minero de pesadilla, que en realidad es un descenso a las mismas tinieblas del narrador: la mina es el precio a pagar por no huir de sí mismo. Así parece reconocerlo el narrador durante su primera incursión a la mina:

Estaba solo. Apoyé la espalda contra la pared (…). Solo quería descansar. Miré la pared y mi mente se detuvo. No sé si por la ausencia de movimiento físico o por todo lo contrario. Quizá por ambas cosas a la vez. El hecho es que durante un buen rato las cosas se volvieron muy confusas, hasta el extremo de que no sabía si estaba en el espacio que queda entre la vida y la muerte. Al principio solo quería respirar aire fresco, pero de pronto mi cabeza se nubló, como si la oscuridad circundante me hubiera engullido. La oscuridad de la mina y mi oscuridad interior. Ambas se habían vuelto una e indivisible.

La novela sugiere así que huir de nuestras vidas conduce invariablemente a las simas más profundas, incluso a la esclavitud. Otra lectura posible es entender la mina y los mineros como una alegoría del mundo industrializado y de la explotación obrera de aquel tiempo. Esclavos de los peores vicios y huérfanos de todo afecto sincero, la clase obrera aparece degradada por las infames condiciones de trabajo que la someten. En definitiva, El minero ofrece una rica polisemia que encandilará a todos los que gusten de la mejor literatura, aquella que se ofrece como nueva a cada lector y que no agota las posibilidades en una primera lectura.

Atropelladamente, con la misma brusquedad con la que Sōseki nos sumergió en esta terrible mina, la novela nos expulsará al llegar a la última línea. Todo habrá quedado como un mal sueño, cuya evanescencia tiene el amargo sabor de las pesadillas que sabemos contienen una fuerte carga de contenido real, de miedo interior, de inconsciente reprimido. El minero produce uno de los mejores placeres literarios: el resultante de afrontar un reto cuidadosamente elaborado para trastocar las anécdotas del personaje ficticio y del lector a partes iguales.

Acerca de Benito Elías García-Valero

Profesor Contratado Doctor en el Departamento de Filología Española, Lingüística General y Teoría de la Literatura de la Universidad de Alicante.

Un comentario el “Hurgar el hoyo

  1. Fudoshin
    septiembre 9, 2016

    Reblogueó esto en Paseos Intersticialesy comentado:
    El minero

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Esta entrada fue publicada en agosto 19, 2016 por en Reseñas y etiquetada con , , , .

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