Hoy hace 25 años nos dejaba Nakagami Kenji (1946-1992), víctima de un cáncer de hígado a la temprana edad de 46 años.
Nacido en Shingū (Wakayama), Nakagami tuvo una juventud tempestuosa, pero fue siempre un gran aficionado a la lectura. En 1965 se mudó a la capital, donde pronto entabló contacto con la nueva generación de autores e intelectuales, como el académico Karatani Kōjin. Después de casarse con la también escritora Kiwa Kyō, Nakagami combinó sus primeros esfuerzos literarios con varios trabajos manuales para mantener a su familia.
En 1976 su relato «Misaki» («El cabo», Bungakukai, octubre de 1975) ganó el Premio Akutagawa. Nakagami fue el primer autor nacido después de 1945 en recibir el premio. La obra, continuada posteriormente en Kareki nada (Un mar de árboles secos, Bungei, 1975-1976) y Chi no hate, shijō no toki (Los límites de la Tierra en el momento sublime, Shinchōsha, 1983), presenta las complejas relaciones de una familia que habita en las callejuelas (roji) de Shingū. Nakagami conocía perfectamente este mundo, puesto que provenía de la comunidad burakumin, descendientes de castas marginadas en el Japón pre-moderno. El ciclo de «Misaki» emplea con gran habilidad motivos trágicos para presentar con crudeza la dura vida de sus personajes marginalizados.
Su proyecto de dar visibilidad a la comunidad burakumin en la literatura japonesa encuentra también expresión en el interés de Nakagami por la mitología y la construcción de la narrativa nacional japonesa en obras como Nichirin no tsubasa (Las alas del sol, Shinchōsha, 1984) o Kiseki (Milagro, Mainichi shinbun-sha, 1989). Tanto a través de personajes abiertamente míticos (ascéticos, shamanes, etc.) como de escenas de la vida cotidiana, a menudo situadas en su Shingū natal, el autor explora el rol de personajes marginales en la creación y desarrollo de la cultura japonesa a través de su historia.