«El regazo de una mujer»
Osanai Kaoru, 1909
Esto me ocurrió solamente una vez y lo pasé fatal.
En esa época vivía yo en el distrito tercero de Kōjimachi. El plano de la casa era rarísimo, y si intento escribirlo con palabras, tendría la forma de la letra ro (呂), con una recta en medio que bien podría haber servido como corredor o como estudio. Era una habitación angosta y larga, un lugar oscuro con un ambiente sombrío y perturbador. A un lado de ella se encontraba el edificio principal, y al otro una habitación individual separada que actuaba como mi estudio y dormitorio.
Esto tuvo lugar una noche de invierno. Un hábito mío entonces era llevarme cinco o seis libros a la cama, tanto si me los iba a leer como si no, y no podía dormir sin ellos. Esa noche, como siempre, me metí en la cama con mis libros y, como solía sucederme en muchas ocasiones, se me hizo tarde con la lámpara encendida, así que dejé a un lado un libro a medio leer y, pensando a saber en qué, fui adormeciéndome poco a poco. Entonces pasó algo horrible que no sé si sería realidad o sueño, pero sin duda me pareció muy real.
La luz de la lámpara brillaba con mucha fuerza, se alzó un sonido chisporroteante y, poco a poco, todo se oscureció. Al oír ese sonido, abrí los ojos involuntariamente, me giré en la cama para mirar hacia ese lado y me di un susto de muerte: justo a ese lado del cabecero se veía el regazo de una mujer delgada, sentada en silencio junto a la lámpara. Se percibía con claridad el color y la textura de un kimono chirimen rayado de fondo gris. Me pareció rarísimo porque a esas horas y en ese lugar no tenía ningún sentido que hubiera una mujer, así que intenté verla mejor pero, extrañamente, sólo alcanzaba a ver su obi morado.
Intentaba ver más arriba del obi, pero no podía. Además, noté que me costaba respirar. Tenía los ojos abiertos, pero no podía articular palabra alguna. Sólo podía ver su regazo, su kimono chirimen rayado de fondo gris y su obi morado. Nada más. Parecía como si hubiera algo pesado sobre mí, que me causaba un sufrimiento imposible de describir con palabras.
Intenté obligarme a recuperar la calma, para lo que me centré en mis pensamientos, preguntándome qué hora sería, seguramente medianoche o más tarde porque todo estaba muy silencioso a mi alrededor, así que me entró más miedo. No podía soportar el sufrimiento, por lo que intenté levantarme de golpe, pero mi cuerpo estaba dormido y no me respondía. Durante unos quince minutos experimenté este sentimiento de impotencia. Después, pude respirar y mi cuerpo se liberó de esa presión.
Sin darme cuenta, la mujer había desaparecido, y la lámpara volvía a brillar con la fuerte intensidad de costumbre. Junto a la cabecera sólo estaban los libros. En ese momento, me di cuenta de que la pila de libros me recordaba la silueta de una mujer, con lo que di mi problema por solucionado y le resté importancia.
A la noche siguiente, recogí todos los libros y los guardé, no coloqué nada alrededor del cabecero y me eché a dormir. Sin embargo, un rato después, en torno a la misma hora que la noche anterior, noté súbitamente un peso sobre el pecho. Volví a abrir los ojos involuntariamente y, de nuevo, me asusté.
Yo estaba acostado boca arriba y, sobre mi pecho, se encontraba sentada a horcajadas la misma mujer con el kimono chirimen rayado de fondo gris y obi morado de la noche anterior. En ese momento no tuve valor para quitármela de encima, así que, mientras sufría, intentaba verle la cara pero, pese a tratar de levantar la cabeza de la almohada, no podía ver más allá de su delgado regazo con el kimono chirimen y el obi morado. El sufrimiento era mayor que la noche anterior, y la situación duró todavía más, pero concluyó sin mayor gravedad. De todas formas, tras el terror que pasé esas dos noches decidí cambiarme a la habitación principal para dormir, donde ya no sucedió nada.
Posteriormente, oí un rumor de la zona sobre los antiguos ocupantes de la casa: un militar del ejército de tierra, casado y con una amante, maltrataba a su mujer con frecuencia, por lo que ésta murió maldiciéndolo por su crueldad. Dicen que ella siempre vestía con un kimono chirimen rayado de fondo gris y un obi morado.
Me mudé enseguida y no sé qué fue posteriormente de la casa pero, sin duda, era terrorífica.