Natsume Sōseki, Kokoro, Impedimenta, 2014.
(Kokoro, 1914)
Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés.
304 págs.
«Siempre lo llamé Sensei. Así lo haré en estas páginas en lugar de revelar su nombre. No es que quiera mantenerlo en secreto, simplemente me resulta más natural. La palabra «sensei» se me viene a los labios cada vez que lo recuerdo. Ahora que escribo sobre él, lo hago con la misma reverencia y respeto que siempre sentí. No me parece adecuado usar sus iniciales para referirme a él. De ese modo sentiría como si hubiera una gran distancia muda entre nosotros.»
Cualquier persona educada en Japón reconocerá este párrafo, puesto que abre la que es quizás la novela japonesa más famosa del s. XX, y lectura obligatoria (al menos un fragmento) en la educación secundaria. Desde su serialización en el diario Asahi Shinbun, entre el 20 de abril y el 11 de agosto de 1914, esta obra de Sōseki se ha convertido en un clásico japonés indiscutible.
Kokoro es una novela sobre la amistad como ideal, y la fragilidad de ésta cuando la pone a prueba la debilidad humana. El narrador, un joven estudiante de unos veinte años llegado a Tokyo desde las provincias, conoce por casualidad a un hombre mayor al que llama con respeto Sensei («maestro») y busca apasionadamente en él un mentor vital. Sensei acepta su amistad, pero hay una parte de él que parece inalcanzable para su joven discípulo, e incluso para su propia esposa. ¿Tendrá esa distancia algo que ver con esa tumba del cementerio de Zoshigaya que Sensei visita a menudo? A través de los recuerdos del narrador y de una larga carta de Sensei (en la tercera parte de la novela), descubriremos lentamente la vida de Sensei y las experiencias que han formado su personalidad. Al mismo tiempo, seremos testigos de cómo el narrador crece y busca su propia individualidad lejos de su familia.
La escena del encuentro entre los dos protagonistas es simbólicamente magistral. El narrador ve a Sensei en una playa abarrotada de Kamakura (Kanagawa) y siente instintivamente curiosidad por él. Tras observarlo unos días, decide salir a nadar tras él y entablan conversación cuando se encuentran alejados de la orilla. La escena es memorable por sencilla y directa. Contrastando con la masa opresiva de bañistas que llenan la playa, asistimos al encuentro entre dos hombres como individuos, de quien no importa la edad, el pasado o la posición social, sólo que se han encontrado en medio del mar, donde el narrador siente «una indescriptible sensación de libertad».
A lo largo de la novela queda claro que el joven protagonista busca en Sensei una suerte de padre espiritual. En la segunda parte de la novela conoceremos a su padre biológico, un propietario rural con grandes esperanzas en la educación moderna que su hijo está recibiendo en la capital. Cuando vuelve a su ciudad natal, el narrador se siente un objeto extraño. Se avergüenza del entusiasmo pueblerino (en palabras del narrador) que siente su padre por su diploma, y se enfada con su hermano mayor cuando este desprecia a Sensei al oír que es un hombre que «no hace nada».
Es importante notar que el contraste entre la familia biológica y Sensei no se expresa en una dualidad fácil modernidad/tradición. La familia del narrador es tan moderna como él. Lo que les diferencia principalmente es la fe en la ideología Meiji del risshin shusse, o la capacidad del individuo de lograr el éxito económico y social a base de educación y trabajo. La familia del narrador espera que él siga este camino, mientras que el narrador se siente más atraído por la sabiduría contemplativa y desapegada que adivina en Sensei.
Por su actitud vital, solitario y desconfiado, Sensei puede parecer un anciano, pero si se leen con cuidado las referencias históricas del texto queda claro que apenas ha entrado en la treintena cuando conoce al protagonista. Esto es significativo porque demuestra que su personalidad no es el resultado de un deterioro físico, sino generacional. Sensei sufre la desorientación inherente a los intelectuales expuestos a los vertiginosos cambios de la modernidad, que Sōseki ya había descrito en 1911 en su célebre conferencia «Gendai Nihon no kaika» («La civilización del Japón contemporáneo»).
El secreto de Sensei, que nos cuenta él mismo en la tercera parte de la novela, surge igualmente de un conflicto plenamente moderno. La fuente de la desazón que le corroe es el sentimiento de culpa por cómo trató a su amigo K en su juventud. Llegados de las provincias a la capital en los años 1890, K y Sensei ya no viven en un mundo marcado por las relaciones de vasallaje, en el que el nacimiento marcaba el destino social de cada uno. Como jóvenes modernos, se sienten individuos de potencial ilimitado, con una obligación moral de ser fieles por encima de todo a los ideales de su «yo interior». La tragedia llega cuando este idealismo choca con los conflictos de la vida real, y los personajes descubren que son más débiles moralmente de lo que creían.
Es este conflicto interior irresoluble, este deseo de enfrentarse sinceramente a la propia debilidad, lo que parece conectar a los dos protagonistas y nos permite enlazar sus experiencias. Recibiendo la larga confesión de Sensei, al final de la novela el narrador no sólo se convierte en guardián de su culpa y sus recuerdos. También empieza un camino propio que posiblemente le llevará hacia un destino parecido.