Respuesta divina (“Kannō”, 1909)
Iwamura Tōru (1870-1917)
En mi época como estudiante de pintura en París compartí piso con un estadounidense de origen hawaiano. Sus obras, alguna de las cuales tal vez podrían encontrarse en Japón, rebosaban destreza, y especialmente aquellas que reflejaban paisajes nocturnos con los famosos cráteres volcánicos de su Hawái natal.
Este chico fue enviado a la Escuela de Bellas Artes de París a través de una recomendación de los Bishop, una importante familia de banqueros hawaiana, con el objetivo expreso de desarrollar sus habilidades como artista.
Vivíamos juntos en una esquina en París, limpiábamos los platos del desayuno y la cena, cocinábamos nuestras comidas… En resumen, llevábamos una vida de cocina compartida. En los descansos tras las comidas comenzamos a hablar sobre diversos temas del mundo, y nos dimos cuenta de que a la gente le interesaban las historias de fantasmas, así que una noche, casi por casualidad, empezamos con ellas.
Este chico vivía con su tía en Hawái, más o menos en época de la Guerra Civil estadounidense. En ese tiempo, el hijo de su tía, es decir su primo, en plena adolescencia, se alistó en el ejército y fue como voluntario al campo de batalla.
Durante su ausencia, en lo profundo de una noche en la que todos en la casa dormían plácidamente tras haberse acostado temprano, se oyó repentinamente la voz del sobrino desde el exterior llamando: «¡Mamá, mamá!». Tanto el chico como su tía se despertaron, y juntos salieron hasta la entrada, abrieron la puerta y miraron hacia fuera donde, por supuesto, no vieron rastro de persona alguna. Pensando que era algo extraño, volvieron a dormirse y la noche quedó simplemente en eso.
A la mañana siguiente hablaron de lo ocurrido, y aunque sin duda les parecía raro, pensaron que tal vez se tratara simplemente de alguien que se había equivocado de puerta.
Pronto pasaron los meses, y el primo regresó felizmente sano y salvo de la guerra. Tras muchas historias de batalla cargadas de valor, la tía comentó lo acontecido aquella noche. El primo guardó silencio durante un momento, moviendo el dedo en círculos. De pronto se golpeó las rodillas, y con una misteriosa expresión contó: «Eso… Es muy posible que fuera mi voz. Justo ese día tuvimos una gran batalla, me alcanzaron en la pierna y quedé herido. De alguna manera la lucha se recrudeció, el ejército siguió avanzando sin prestar atención a los lisiados y heridos, y yo quedé expuesto a una fría noche de helada, sin poder llegar a un hospital. El dolor de la herida se tornó en agonía y, en ese momento, comenzó a aparecerse poco a poco ante mis ojos mi pueblo natal, y de pronto me encontré gritando “¡Mamá, mamá!”»
Sentado al lado de su primo, el chico se vio asaltado por un sentimiento muy extraño. ¿Sería el relato de aquella noche un caso de telepatía?