En noviembre de 1919 Akutagawa Ryūnosuke escribió esta pequeña obra, «Majutsu» (“Magia”) que es relativamente desconocida. En ella el autor experimenta con un mundo paralelo para criticar a la sociedad japonesa contemporánea, con la que estaba profundamente insatisfecho. “Magia” es la semilla de lo que luego Akutagawa desarrolló en el relato «Fushigi na shima» (“La isla de las maravillas”, 1923) y llevó a la perfección con «Kappa» en 1927. En «Magia» encontramos una crítica sardónica de la codicia que mueve a algunas personas en su búsqueda de poder. Esta crítica se afinó en el ataque al establishment literario en “La isla de las maravillas” y a la sociedad en general en «Kappa».
Esperamos que puedan disfrutar de esta obra menor, pero sin duda muy interesante, y al mismo tiempo recuerden el legado de este grandísimo autor que desgraciadamente nos dejó demasiado pronto, la noche de un 23 de julio, como hoy, hace 87 años.
«Magia»
Akutagawa Ryūnosuke
Sucedió en una noche lluviosa a finales de otoño. El jinrikisha en el que iba montado subió y bajó repetidamente por las empinadas cuestas del barrio de Ōmori hasta que por fin nos rodeó una espesura de bambú, y se detuvo frente a una pequeña mansión de estilo occidental. La pintura de color gris empezaba a desconcharse y en la angosta entrada, gracias a la luz de la linterna de papel que había sacado el conductor, pude leer el nombre hindú “Matiram Misra” escrito en silabario japonés. Sólo esa placa de cerámica era nueva.
En cuanto a Matiram Misra, creo que es posible que ya no haya muchas personas que le conozcan entre todos ustedes. Misra es un patriota que nació en Calcuta y que llevaba largos años planeando la independencia de la India. Al mismo tiempo, sin embargo, es un joven mago de gran habilidad que aprendió las técnicas secretas del celebre brahmán Hassan Khan. Apenas hacía un mes que había empezado a tener contacto con Misra por mediación de un amigo, y a pesar de que habíamos discutido en varias ocasiones sobre temas de política o economía, aún no nos habíamos encontrado en ningún momento en el que él hubiera hecho magia, que era el quid de la cuestión. Por ese motivo le pedí con antelación por carta encontrarnos esta noche para que me mostrase su magia, y por ello me había dirigido a toda prisa en jinrikisha hasta las afueras del solitario barrio de Ōmori donde en ese momento estaba viviendo Misra.
Mientras me mojaba por la lluvia gracias a la vacilante luz de la linterna de papel del conductor encontré el botón del timbre y lo pulsé. Al poco rato se abrió la puerta y la señora menuda mayor japonesa bajita que ayudaba a Misra asomó la cabeza por la entrada.
–¿Se encuentra Misra en casa?
–Sí, está en casa, desde hace un rato que le espera a usted con impaciencia.
Me dijo la señora mayor con un tono cordial, y enseguida me guió hasta la habitación de Misra al fondo del pasillo que daba a la entrada.
–Muchas gracias por venir esta noche a pesar de la lluvia.
Me saludó Misra de manera jovial mientras encendía la mecha de la lámpara de queroseno que estaba encima de la mesa. Tenía la tez oscura, los ojos grandes y una barba suave.
–Para nada, si con ello puedo ver su magia, un poco de lluvia no es ningún impedimento.
Tras sentarme en una silla observé a mi alrededor la habitación tenuemente iluminada por la lámpara de queroseno.
Era una habitación modesta de estilo occidental, en el centro había una mesa, una librería de tamaño razonable estaba junto a la pared y al lado de la ventana un escritorio, aparte de eso no había nada más que las dos sillas en las que estábamos sentados. Es más, esas sillas y el escritorio ya estaban envejecidos, y el mantel de la mesa, rojo y ribeteado con el estampado tejido de flores de la manera en la que estaba deshilachado se podía pensar que ya estaba hecho girones.
Una vez que concluimos los saludos nos quedamos escuchando por un momento el sonido de la lluvia que caía en la espesura de bambú, pero al poco la vieja sirvienta nos trajo té inglés y Misra abrió la tapa de la caja de puros.
–¿Qué tal, te apetece uno? – me ofreció.
–Muchas gracias.
Cogí un puro sin reservas y al encenderlo le dije:
–Creo que el nombre del espíritu que utilizas era “djinn”, un genio, ¿verdad? Si es así, entonces la magia que voy a presenciar hoy la puedes hacer gracias a que tomas prestada la fuerza del genio.
Misra encendió su puro sonriendo con aire de superioridad, y al expulsar el fragante humo dijo,
–La creencia en la existencia de los genios es cosa de hace cientos de años. Podríamos decir que de la época de las mil y una noches. La magia que yo aprendí de Hassan Khan es una técnica que incluso tu podrías usar si quisieras. Es simplemente una técnica avanzada de hipnotismo. Observa, basta con que hagas esto con la mano.
Misra levantó la mano y dibujó en el aire una especie de triangulo dos o tres veces, y después al posarla sobre la mesa, recogió una de las flores del estampado del mantel rojo. Me sorprendí tanto que sin darme cuenta acerqué la silla, y mientras miraba fijamente esa flor, me di cuenta de que efectivamente esa flor hasta ese momento era una de las que estaban en el estampado. Sin embargo justo cuando Misra me la acercó a la punta de la nariz, incluso me llegó un sofocante olor a almizcle. Me parecía tan milagroso que en varias ocasiones se me escaparon exclamaciones de admiración, ante lo cual Misra, aún con la sonrisa en los labios, dejó caer sin dificultad la flor encima de la mesa. Por supuesto, al tocar la mesa se convirtió en una flor más del estampado, y dejó de moverse.
–¿Qué te parece? No tiene explicación, ¿verdad? Ahora mira fijamente a la lámpara.
Y mientras decía esto, Misra recolocó la lámpara en la mesa, y no sé muy bien si fue por la cadencia o qué, pero la lámpara empezó a dar vueltas como una peonza. Estaba quieta en su sitio y, tomando el tubo de cristal como si fuera su eje, empezó a girar con brío. Al principio me quedé estupefacto de nuevo y, aunque en varias ocasiones me sobrecogí pensando que fuera causar un fuego Misra bebía tranquilamente su té y en absoluto tenía aspecto de ir a perder la calma. Y entonces finalmente tuve la valentía de mirar y ya no podía separar la mirada de la lámpara que poco a poco iba girando más y más rápido.
Además, dentro del viento que generaba la pantalla de la lámpara brillaba una sola llama de color amarillo. Yo no podía ni pestañear ni decir palabra, era sin duda un misterio de una belleza digna de verse. Entretanto el giro de la lámpara se hizo tan veloz que al final no podía seguirlo con la mirada y mientras pensaba que la habitación se había iluminado más, sin darme cuenta la lámpara estaba de nuevo quieta encima de la mesa, no había nada extraño en ella y una sola llama brillaba dentro de ella.
–¿Te has sorprendido? Pero esto no es más que un juego de niños, si lo deseas te voy a enseñar algo más.
Misra se dio la vuelta y aunque se quedó mirando a la librería durante un momento, finalmente estiró su mano en esa dirección y con un movimiento de los dedos como si fuera una invitación, esta vez los libros que estaban alienados en la librería vinieron volando uno a uno hasta la mesa. Además, la manera que tenían de volar, con las cubiertas abiertas a cada lado, era como la de los murciélagos que vuelan en todas direcciones al anochecer en verano, y así venían revoloteando en el aíre. Con el cigarro aún en la boca me quedé mirando atónito como los libros iban dando vueltas por la penumbra de la habitación, y como si fueran buenos chicos se iban apilando unos encima de otros formando una pirámide. Es más, nada más pensar que ya no quedaba ninguno por trasladarse aquí, desde el primero que había llegado empezaron de nuevo a moverse y a volver hacía la librería.
Pero lo más interesante fue cuando un volumen fino encuadernado en rustica que abría sus cubiertas exactamente como si fueran alas, se elevó suavemente en el aire y, tras describir un circulo por encima de la mesa, de repente agitó sus páginas se lanzó directamente hacía mi y se posó encima de mis rodillas. Me pregunté el por qué y al tomarlo en mi mano y leer el título recordé que era el volumen de nuevas novelas francesas que le había prestado a Misra justo una semana antes.
–Gracias por prestarme el libro tanto tiempo.
Misra me dedicó esas palabras de agradecimiento aún con un tono de jovialidad en su voz. Por supuesto en ese momento la mayoría de los libros que estaban encima de la mesa ya habían regresado volando a la librería. Tenía la sensación de haber despertado de un sueño, y durante un rato no pude ni siquiera saludar, y mientras que estaba en ese estado recordé las palabras que Misra había pronunciado antes: «La magia que yo hago incluso tu puedes usarla si crees que puedes» le dije:
–¡Ah! Desde hace tiempo había oído hablar de tu fama, pero la magia que tu haces…no podía ni tan siquiera imaginar las maravillas que puedes hacer en realidad. Por cierto, lo que decías de que incluso una persona como yo podría hacer cualquier cosa usando esta magia era una broma, ¿verdad?
–La puedes usar, es más cualquier persona puede usarla fácilmente. Sin embargo…–Misra me miró fijamente a los ojos y de repente su tono de voz se tornó serio–Sin embargo, las personas codiciosas no pueden utilizarla. Si se quiere aprender las técnicas de Hassan Khan primero se ha de abandonar toda codicia. ¿Podrías hacer eso?
–Creo que sí.
Aunque respondí de esta manera me quedé un poco intranquilo así que enseguida añadí,
–Siempre que me vayas a enseñar magia.
Incluso con eso Misra me dedicó una mirada llena de duda, sin embargo como debió pensar que el llamarme la atención más al respecto era indiscreto, asintió generosamente.
–Muy bien, pues entonces voy a enseñártelas. Sin embargo, por mucho que haya dicho que puedes usarlas fácilmente, aprenderlas requiere mucho tiempo, así que te pido que te quedes esta noche en mi casa.
–Muchas gracias por todo.
Como estaba muy contento de que me fuera a enseñar magia, le di las gracias de esta manera a Misra en repetidas ocasiones. Pero Misra no pareció darle mucha importancia y se levantó de la silla en silencio.
–¡Abuela!, ¡Abuela! Esta noche se va a quedar a dormir un invitado, por favor prepare la cama.
Con el corazón aún palpitante de alegría me olvidé incluso de sacudir las cenizas del puro y sin darme cuenta me había quedado mirando fijamente la amable cara de Misra, iluminada de frente por la luz de la lámpara de queroseno.
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Sucedió un mes después de que Misra me hubiese enseñado magia. Aunque esa noche también llovía, estaba en un reservado de un club en Ginza, y me encontraba absorto charlando con cinco o seis amigos mientras estábamos sentados frente a la chimenea.
El caso es que, como estábamos en el centro de Tokio, y quizás porque la lluvia torrencial que estaba cayendo fuera estaba empapando los techos de los coches y carruajes que iban y venían incesantemente, no tenía la sensación de estar escuchando el sonido triste y sombrío como el de la lluvia al caer en la espesura de bambú del barrio de Ōmori.
Por supuesto, en el interior había un ambiente animado, y no sé si bien era por la luz de la lámpara eléctrica, o bien por los sillones de cuero marroquí, o quizás por el suelo de mosaico suavemente iluminado, pero tan sólo con mirarlo no había ni punto de comparación con cuartos como el de Misra, en los cuales parecía que incluso fuera a aparecer un espíritu.
Rodeados del humo de los cigarros, estuvimos conversando durante un rato de temas de caza y carreras de caballos, pero pronto uno de mis amigos se dio la vuelta hacía mi tras echar la colilla del cigarro a la chimenea y me dijo,
–Últimamente he oído hablar sobre tu reputación como practicante de magia, ¿qué tal? ¿no podrías mostrarnos un truco esta noche?
–Muy bien.
Respondí altivo, según estaba con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón, dándome aires como si fuera un mago famoso.
–Muy bien, te lo dejamos todo a tu cargo, muéstranos algo que los ilusionistas que hay por ahí no puedan hacer, algún truco misterioso.
Todos mis amigos parecían estar de acuerdo, y me miraban fijamente mientras se acercaban en sus sillones como apremiándome. Yo me levanté entonces, pausadamente.
–Mirad con atención por favor, porque en mi magia no hay ni trampa ni cartón.
Mientras decía esto me remangué ambos puños, y sin ninguna dificultad saqué algunos carbones de los que ardían en la chimenea y los deposité en la palma de mi mano. Tan sólo con esto mis amigos ya parecían asustados y desconcertados. Mientras intercambiaban miradas tenían cara de susto y empezaron a dudar, pensando en lo horrible que sería si se acercaban descuidadamente y se quemaran.
Yo cada vez estaba más tranquilo y permanecí impasible, y tras ponerles delante de las narices el fuego de los carbones que tenía en la palma de mi mano, los esparcí con vigor por el mosaico del suelo. Abrumados por el sonido de la lluvia fuera, repentinamente otro sonido de lluvia empezó a sonar encima del suelo. Es decir, que los carbones incandescentes, al mismo tiempo que se separaban de mi mano se convertían en bellas monedas de oro, y como gotas de lluvia volaban desparramándose por encima del suelo.
Mis amigos, como si lo que estaban presenciando fuera un sueño, se quedaron tan pasmados que incluso se olvidaron de aplaudir.
–Para empezar algo como esto.
Mostrando una sonrisa triunfal, me senté de nuevo en el sillón silenciosamente.
–¿Todas estas monedas de oro son de verdad?
Me preguntó por fin uno de mis amigos, después de que pasaran cinco minutos en los que se habían quedado con la boca abierta.
–Son de verdad, si crees que os estoy mintiendo prueba a coger una con la mano.
–No me iré a quemar ni nada parecido, ¿verdad?
Aunque ese amigo recogió una de las monedas del suelo temerosamente dijo,
–Ciertamente son monedas de oro de verdad. ¡Hey, chico! Trae una escoba y un recogedor y recoje todas estas monedas por favor.
El camarero, tal y como se le había dicho, enseguida barrió y recogió todas las monedas de oro del suelo, y las puso encima de la mesa, amontonándolas. Mis amigos se pusieron alrededor de la mesa y dijeron,
–Aproximadamente debe de haber unos veinte mil yenes, ¿no?
–No, puede que haya más, hay tantas que si hubiese sido uno de esos días en los que la mesa es frágil se habría hundido.
–En todo caso, ¡has aprendido una magia extraordinaria! Poder transformar en el acto el fuego de los carbones en monedas de oro…
–Con esta técnica te convertirás en un millonario de la talla de Iwasaki o Mitsui. –de esta manera fueron alabando mi magia a coro. Sin embargo, yo permanecía sentado en mi sofá, expulsando el humo del cigarro tranquilamente.
–Imposible, si uso el tipo de magia que yo hago por avaricia aunque sea una sola vez, ya no podría volver a usarla. Por ese motivo, aunque haya hecho estas monedas de oro, pienso volver a echarlas a la chimenea una vez que las hayáis visto.
Mis amigos, al escuchar mis palabras, como riñéndome, empezaron a oponerse a mi decisión. Me dijeron que era una lastima volver a transformar tal cantidad de dinero de nuevo en carbón. Sin embargo, como yo tenía en gran estima la promesa que le había hecho a Misra discutí con ellos y obstinadamente seguía queriendo echarlas al fuego. Entonces, el que tenía fama de ser el más astuto de mis amigos lanzó una risa sardónica y con voz nasal dijo:
–Tú dices que quieres transformar de nuevo estas monedas en carbón. Por otro lado nosotros decimos que no queremos. Es natural pensar que podemos seguir así indefinidamente pero la discusión no se acabará nunca. Lo que yo creo es que deberías poner ese dinero como capital y jugar a los naipes con nosotros. En caso de que tu ganes, nos parece bien que despaches este asunto como quieras, incluso si es volver a transfigurarlas en carbón. Sin embargo, en caso de que nosotros ganemos, las dejas como están y nos las das a nosotros. De esta manera será una situación inmejorable para ambas partes, y estaremos sumamente satisfechos, ¿no es así?
Incluso con esas yo volví a sacudir la cabeza, no iba a aceptar tan fácilmente a una propuesta como esa. No obstante ese amigo mientras sonreía de manera cada vez más burlona me miraba a mi y al dinero que estaba encima de la mesa con mirada artera y sin ninguna discreción. Y me dijo,
–El motivo de que no juegues a las cartas con nosotros es porque no quieres que nosotros nos quedemos con estas monedas. Si fuera así, después de haber incluso tomado esa decisión de abandonar toda codicia para usar la magia…¿no es algo un poco sospechoso?
–No, en ningún caso, no es que las vaya a transformar en carbón porque sean valiosas para mi.
–En ese caso, juega con nosotros.
Después de repetir esta discusión repetidamente, finalmente me vi obligado a, tal y como me había dicho mi amigo, tener que poner el dinero que había encima de la mesa como fondo y jugar con ellos a los naipes. Por supuesto todos mis amigos se alegraron muchísimo y enseguida trajeron una baraja y se sentaron alrededor de una mesa para jugar a las cartas que había en una de las esquinas del cuarto, azuzándome ya que yo aún estaba vacilante.
Como no me quedaba más remedio, al poco me puse a jugar a los naipes con ellos de mala gana. Aunque yo normalmente no era particularmente bueno jugando a las cartas, de manera increíble esa noche se me dio bien y gané. Al hacerlo sucedió una cosa muy extraña, aunque al principio no había tenido ganas de jugar, apenas transcurridos diez minutos ya me había olvidado de todo y empecé a jugar con entusiasmo.
Mis amigos habían empezado a jugar a las cartas pensando desde el principio que me iban a desvalijar de todas esas monedas de oro, por eso al verse en esta situación estaban impacientándose, y empezaron a competir tan concentrados que incluso se podría pensar que estaban algo alterados. Pero por mucho que mis amigos se esforzaran desesperadamente yo no sólo no perdí ni una sola vez, sino que al final gané una cantidad de monedas aproximadamente igual a la mía de monedas de oro. Y al hacerlo, el mal amigo de antes, con un impulso como si estuviera enloquecido me dijo mientras me ponía las cartas en las narices:
–Venga, saca una carta. Me apuesto la totalidad de mi fortuna. Mis tierras, mi casa, también los caballos y el coche; me apuesto hasta la última de mis posesiones. A cambio aparte de esas monedas de oro, tienes que apostar hasta el último yen del dinero que acabas de ganar. Venga, saca una.
En ese instante me volví codicioso. Si esta vez por un golpe de mala suerte perdía todo ese dinero amontonado como una montaña encima de la mesa, incluso el que acaba de ganar hasta el último yen, mi amigo me lo arrebataría. Es más, si además ganaba esta apuesta podría hacerme de una sola vez con toda la fortuna de mi contrincante. Este era el momento en el que tenía que usar la magia que había aprendido, era la recompensa por el esfuerzo realizado, ¿no? Ya me estaba muriendo de la impaciencia, y con el valor que me daba pensar en que si usaba mi magia en secreto vencería le dije,
–Muy bien, pero saca una tú primero.
–Nueve.
–¡Rey!
Le dije con voz orgullosa por mi victoria, y saqué la carta para ponérsela delante de los ojos a mi rival, que se había puesto lívido. Al hacerlo, como si un espíritu le hubiera poseído, el rey que estaba en mi carta alzó su cabeza coronada y salió de la carta ágilmente, y mientras sujetaba la espada con una mano sonrió de manera siniestra.
–¡Abuela!¡Abuela! nuestro invitado ya se marcha, así que no es necesario que prepare la cama.
Dijo con una voz que me resultaba familiar. Y mientras me preguntaba el por qué, de manera inesperada escuché de nuevo incluso la lluvia torrencial de antes, mientras caía furiosamente fuera de la ventana levantando un sonido sombrío y triste en la espesura de bambú de Ōmori.
De repente me di cuenta y miré a mi alrededor, aún me encontraba sentado frente a Misra, bañados en la penumbra de la lámpara, y él tenía en los labios la misma sonrisa siniestra del rey que había salido de mi carta.
Al mirar que la ceniza del cigarro que sujetaba entre mis dedos se había acumulado pero no se había caído, me di cuenta de que sin duda ese mes que yo había creído que había transcurrido no había sido en realidad más que un sueño de unos dos o tres minutos. Sin embargo en esos meros dos o tres minutos nos había quedado claro tanto a Misra como a mi mismo que yo no era una persona calificada para aprender las técnicas secretas de la magia de Hassan Khan. Como avergonzado bajé la cabeza, y durante un rato me quedé así sin poder siquiera abrir la boca.
–Para poder usar mi magia primero hay que desechar toda codicia. Tú ni siquiera has podido aprender eso.
Misra, con los codos puestos sobre la mesa de flores rojas tejidas, me observaba en silencio con una mirada desdichada.
10 de Noviembre de 1919.
Traducida por Alejandro Morales Rama.
¡Muchas gracias por la traducción! No había encontrado «Magia» hasta ahora.