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«La ciénaga»

Akutagawa Ryūnosuke (1892‐1927)

Akutagawa Ryūnosuke (1892‐1927)

En mayo de 1919, Akutagawa Ryūnosuke publicó en la revista Shinchō el breve relato «Numachi» (“La ciénaga”), que hasta ahora no había tenido traducción al castellano. Olvidada a menudo por las antologías, esta obra nos ofrece una interesante mirada sobre las posibilidades del arte.

¿Por qué se siente el narrador tan fascinado por este pequeño óleo, ignorado por el público y la crítica? ¿Qué hace que se identifique de esta manera con el pintor, especialmente después de saber que el artista había sufrido una enfermedad mental? ¿Qué es lo que hace del cuadro una obra maestra, y por qué nadie más lo reconoce como tal?

***

“La ciénaga”

Fue una tarde lluviosa, cuando descubrí aquel pequeño óleo en una exposición. Quizás es un poco exagerado decir que lo «descubrí», aunque estaba apartado en una esquina con una luz malísima, en un marco espantoso, como si alguien se lo hubiera olvidado allí. El cuadro se titulaba «La ciénaga», pero no estaba firmado. El lienzo no mostraba más que el agua cenagosa, la tierra húmeda y la vegetación que la cubría. No era raro que los asistentes al acto no le dedicaran ninguna atención.
Lo más extraño era que el artista había pintado toda aquella espesura sin usar una sola pincelada verde. Los juncos, álamos e higueras eran todos de un amarillo sucio. Era un amarillo opresivo, como de yeso húmedo. ¿Sería que así era como veía el pintor su paisaje? ¿O era que lo había querido exagerar a propósito? Tales eran las preguntas que me vinieron a la cabeza frente al cuadro.
Cuanto más lo miraba, más clara me parecía la energía terrible del lienzo. Estaba pintado con tal detalle que daba la sensación de estar allí. Casi se podía oír el fango escurridizo crujir al tiempo que se hundían los pies en él. Detrás de aquel pequeño óleo descubrí la figura de un artista trágico que había intentado retratar la naturaleza de forma estremecedora. Como ocurre con las grandes obras de arte, la vegetación amarillenta de aquella ciénaga me provocó una sensación sublime. Ningún otro de los cuadros de la exposición se le podía comparar en cuanto a fuerza.
– Veo que está fascinado -dijo alguien, al tiempo que me daba un golpecito en la espalda.
Me di la vuelta rápidamente, volviendo de golpe en mí mismo.
– ¿Qué le parece?
Sacando el mentón, que parecía recién afeitado, mi interlocutor hizo un gesto hacia el cuadro de la ciénaga. Era un hombre imponente, vestido con un traje marrón a la moda y con aires de experto: un periodista de arte. Ya había coincidido con aquel hombre una o dos veces en el pasado y no me había dado muy buena impresión, así que respondí sin muchas ganas.
– Es una obra maestra.
– Una obra maestra… Qué curioso… -me respondió soltando una carcajada.
Asustados por el ruido, dos o tres personas que estaban mirando cuadros cercanía se giraron hacia nosotros. Cada vez me sentía peor.
– Sí que es curioso. Este cuadro no tendría que haber formado parte de la exposición, pero como el pintor estaba obsesionado con exponer aquí, los herederos convencieron al jurado para que lo incluyeran, y acabaron colgándolo en esta esquina.
– ¿Los herederos? ¿Entonces el pintor ya ha muerto?
– Está muerto. Mientras vivía ya estaba muerto.
– ¿Qué quiere decir?
– Hacía bastante que se había vuelto loco.
– ¿Ya lo estaba cuando pintó este cuadro?
– ¡Por supuesto! ¿Quién si no un loco pintaría con estos colores? Y ahora usted dice que es una obra maestra. Muy curioso…
El periodista se rió con petulancia. Quizás pensaba que me iba a avergonzar de mi ignorancia. O quizás quería impresionarme con su ojo crítico superior. En cualquier caso, no acertó en sus previsiones. Mientras le escuchaba, me invadió una emoción casi de solemnidad. Mirando estremecido el cuadro, descubrí de nuevo en el lienzo la figura trágica de un artista atormentado por la ansiedad y la angustia.
– Dicen que se volvió loco porque no podía pintar como quería. Supongo que en ese sentido el cuadro podría tener algo de valor.
Con expresión despreocupada, el periodista sonrió alegremente. Ésta era la única mísera recompensa que podía esperar del mundo el artista anónimo -uno de nosotros- por haber sacrificado su vida. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al observar por tercera vez aquel cuadro lleno de melancolía. Entre el cielo y el agua oscurecidos, los juncos húmedos amarillentos, los álamos e higueras expresaban la terrible fuerza vital de la naturaleza misma…
– Es una obra maestra -repetí exultante, mirando al periodista fijamente a los ojos.

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Acerca de Pau Pitarch

Associate Professor (准教授) of Modern Japanese Literature at Waseda University

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Esta entrada fue publicada en julio 22, 2016 por en Traducciones y etiquetada con .

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