¿Cuánto dolor puede esconder un juego de palabras?
El octavo poema de la colección Hyakunin isshu es del monje Kisen:
Mi choza está
al sudeste de la capital
y así vivo yo:
«en las montañas de Uji…» «el mundo es pena…»
se escucha que la gente dice por ahí.
wa ga io wa
miyako no tatsumi
shika zo sumu
yo wo uji-yama to
hito wa iu nari
En las montañas de Uji, al sudeste de la capital, actual Kyôto, el monje Kisen se refugia en una pequeña choza de las miserias de este mundo. Ansiedad, miedo, pena, dolor, en japonés clásicos se dicen u, que es de casualidad el primer sonido de ujiyama (las montañas de Uji).
Poemas como este dieron a la ciudad de Uji una connotación de sufrimiento. La ciudad en sí es deliciosa. La cruza un río caudaloso y la rodean plantíos de té. Cuando yo vivía en Kyôto, hice una vez la travesía hasta Uji en bicicleta. Era a finales de la primavera, y a varios kilómetros de distancia ya se olía la fragancia del té verde a punto de ser cosechado.
Kisen vivió a mediados del siglo nueve, cuando aún no había plantas de té en Japón. A principios del diez, Ki no Tsurayuki escribió en el prefacio a Kokin-waka-shû (Colección de poemas de ayer y hoy, 905) que «el monje Kisen del monte Uji gusta de expresiones tenues, que no se sabe dónde comienzan ni terminan. Es decir, es como cuando al mirar la luna de otoño las nubes del amanecer la ocultan.»
La luna de otoño, la más esperada, la noche del día quince del octavo mes, tapada por las nubes: una tristeza.