Minato Kanae, Shokuzai (Expiación), Tōkyō sōgensha, 2009.
En un pequeño pueblo japonés una niña llamada Emiri es asesinada. Encontrar al culpable no tendría que ser muy difícil, puesto que Emiri estaba jugando con cuatro amigas cuando su asesino se la llevó, haciéndose pasar por un operario que necesitaba ayuda para arreglar algo en unos baños públicos. Sin embargo, por alguna extraña razón, ninguna de las niñas que estaba con ella ese día es capaz de recordar la cara del criminal y la investigación no llega a ningún sitio. La madre de Emiri, destrozada por el dolor, jura a las niñas que pagarán por haber dejado que su hija fuera asesinada…
Esta es la premisa de la tercera novela de Minato Kanae (In-no-shima, Hiroshima, 1973), la reina del iyamisu (misterio desagradable) japonés. Minato repite en esta obra la técnica narrativa de su existoso debut Kokuhaku (Confesión, Futabasha, 2008): usar en cada capítulo una narradora y situación comunicativa nuevas. Cartas, discursos públicos, sesiones de terapia y entrevistas desgranan lentamente los detalles de esta compleja historia. Poco a poco descubrimos no sólo qué paso aquella tarde de verano en que se cometió el asesinato, sino también la red de relaciones sociales que unía a aquel grupo de amigas y el camino que cada una de ellas siguió desde entonces en sus vidas adultas.
Como el título de la novela indica, lo que interesa a Minato no es tanto el misterio de quién mató a Emiri (aunque nos deje suficientes pistas por el camino para disfrutar del libro como puzzle lógico, si esa es nuestra elección), sino cómo cargan sus cuatro amigas con la culpa de no haber podido hacer nada por ella y cómo esta culpa afecta a su desarrollo desde la infancia hasta convertirse en mujeres adultas. También, cómo procesa la madre la violenta muerte de su hija y qué pide de las amigas (y de sí misma) como expiación de su pecado.
Todos los personajes viven vidas que son a la vez anodinamente normales y siniestramente grotescas, algo típico en las historias de la autora. Como es de esperar, la relación de las cuatro con la violencia y la sexualidad está marcada por la experiencia traumática de ver morir a su amiga y marca de manera oscura el desarrollo de sus vidas. El gran acierto de Minato está en su habilidad para mostrar lo cerca que está a veces la normalidad del horror. En sus momentos más conseguidos, la novela es capaz de hacernos ver la violencia latente en ciertas situaciones cotidianas (en las que cualquier mujer puede reconocerse en alguna de las protagonistas), por muy melodramáticos que sean algunos giros argumentales.
La descripción del ambiente opresivo del pueblo en el que ocurrió el crimen es también marca de la casa de Minato. La localidad es tan anodina y común, que lo único de lo que pueden estar orgullosos sus habitantes es de ser «el lugar con el aire más puro/limpio de Japón» (Nippon-ichi kūki no kirei na basho). La frase quedaría en simple palabrería promocional, si no fuera porque cada vez que se repite sabemos más y más acerca del lado oscuro de esta aparente normalidad, de manera que el eslogan se vuelve más siniestro cada vez que alguien lo menciona. La capacidad de crear esta sensación agobiante y perversa a partir de los más banales elementos cotidianos es una de las señales de identidad del iyamisu.
Shokuzai fue adaptada a la televisión (WOWOW, invierno de 2012), con la célebre idol de los ochenta Koizumi Kyōko (Atsugi, Kanagawa, 1966) en el papel de madre.
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